Lo que oyes: sujetatetas gratis. {Chantel D.}

Aburrida era la palabra; Chantel sentía que tenía la necesidad de salir de aquella clase infernal. Suspiró dejando caer su cabeza contra el pupitre, dándole la espalda al profesor de diseño y cerrando lentamente los ojos. Había pasado una mala noche; muy mala, y necesitaba descansar un poco la vista. Dudaba que el maestro le echase alguna que otra reprimenda… todos la conocían y sabían cómo actuaba en las horas de clase que le desagradaban. Era Chantel Deveraux; ni más, ni menos. Notó como unos delicados dedos se plasmaban en su costado, para llamar su atención en varios intentos fallidos. Al primer toque, Chantel abrió los ojos pero no volteó; le deseó la muerte a su compañero de mesa y frunció el ceño después de sentir el segundo toque en su costado. Ya un poco cansada, volteó la cabeza sin despegar la oreja del pupitre; fulminando con la mirada a su compañero, viendo como este se asustaba y deseaba no haber tocado el costado de la joven. Tartamudeando le señaló el ejercicio que había mandado el profesor; con los dedos temblorosos e intentando apartar la mirada de aquellos ojos azules que le fulminaban. Un “¿Crees que me importa?” salió de los labios de Chantel y esta volvió a dar la vuelta a su cabeza; dándole de nuevo la espalda a su compañero y a toda la demás clase.

Y el timbre sonó. Sintió la necesidad de salir de ahí, pero la siesta que se acababa de pegar le quitó las pocas fuerzas que le quedaban. Un tanto adormecida; metió el libro de diseño en su bandolera, colgándose esta misma en su hombro derecho y saliendo la última de la clase; bostezando y frotándose los ojos. No, a la siguiente clase si que no iba a asistir. Tenía danza; odiaba la danza y no iba a ir a la dichosa clase de danza. Suspiró mientras la gente comenzaba a caminar de lado a lado, rápidamente; para no llegar tarde al aula correspondiente, mientras que ella; con su parsimonia de siempre, caminaba lentamente hacia el lavabo de señoras. Abrió la puerta usando gran parte de su fuerza; pues en aquellos momentos se sentía la persona más débil del universo, cosa que nunca confesaría. Al abrir la puerta, vio como una chica lanzaba su sostén al cubo de basura. Inmediatamente posó la mirada en los pechos de la chica; viendo como no abultaban demasiado, para después posar la mirada en sus pechos; viendo que mas o menos eran iguales. -¿Es el día del “No sujetador”? -comentó irónicamente mientras dejaba la bandolera en el suelo; pegada a la pared y se sentaba en el alfeizar de la ventana; sabiendo que iba a pasar mucho tiempo ahí dentro.

Inclinó hacia atrás el trasero, poniéndolo en pompa, mientras apoyaba la parte delantera de su cuerpo en el borde de la encimera, sin prestar real atención a si estaba demasiado mojado o no. Se hizo con un lápiz de ojos, de esos negros y del tamaño de un micro-pene de tanto haber sido usados. Se deshizo de la tapa dejándola al lado del grifo y con los dedos de la mano restante tiró suavemente de la piel del párpado inferior hacia abajo, comenzando así a pintarse una inmensa línea negra que volvía su mirada, de por sí agresiva, en algo letal. A todo esto y a mitad de disfrazar de mapache el borde del ojo restante, una jovenzuela de esas de mirada penetrante y semblante pasota hizo acto de presencia haciendo alusión al acto anterior: al que se refería al sujetador, vamos. La rubia enarcó una ceja perfectamente depilada para que, con dicho gesto, el efecto de vacile y suficiencia fuese aún más notable. Sí, Arizona, todos saben que eres la "Polla de Montolla".
- Más bien el año, nena. -como si encarnase el papel de una madame de burdel respetable y con tetas grandes como melones y frescas como sandías, Arizona siguió inclinada sobre la encimera del lavabo para terminar la faena de su ojo izquierdo, que empezaba a adquirir el deje amenazador del acompañante, el orbe derecho.

No se permitió ni un mísero segundo para examinar a la chica, si no que, al contrario, lo empleó en echarse un vistazo desde arriba al minúsculo bulto que se marcaba en su camiseta negra. Apartó un poco la chaqueta hacia ambos lados para examinarse en el espejo, moviendo el tronco de un lado a otro para inspeccionarse los pechos.
- Tú qué dices, ¿se me marcan mucho los pezones?. -lo dijo con deje ausente, como si estuviese hablando con ella misma o, simplemente, en plena actuación con su mullequín ventrílocuo. De igual manera y sin esperar respuesta, hundió la mano en el bolsillo derecho de su chaqueta para rescatar otro cigarrillo, que encendió con un zippo que llevaba algo escrito en un costado, lo suficientemente desgastado como para que no fuese lo legible. Cuando el borde del filtro se prendió de un tono rojizo que adquiría cada vez una tonalidad más grisácea, la joven Arizona guardó el mechero para apoyar un brazo en la encimera y observar por el reflejo del cristal a la moza sentada en el alféizar de la ventana.