Conociendo al Personal. -Reservado para Personal de St. Michaelson

A veces llegar el primero al lugar de reunión no era una ventaja. Y el resto simplemente era una putada.
El taburete comenzaba pegarse a su trasero, así que optó por levantarse a estirar un poco las piernas. El camarero seguía secando vasos al otro lado de la barra, ojeándole cada cierto tiempo, como si fuese alguien a quien debiera vigilar. Suponía que debía ser así, que la imagen de hombre transtornado por esteroides no le abandonaría nunca. Sonrió, tecleando la barra antes de tomar su cerveza, levantarse y echar un vistazo amplio al local.
Lo conocía, siempre acababa allí tras una semana estresante. No por nada preparaban los mejores cócteles de la ciudad.
No era que sus colegas se retrasasen, es que él siempre llegaba antes que los demás. Primeras impresiones, primeras conversaciones, primeros tragos que nadie se había percatado que habían acabado en el buche. No era un alcohólico, pero desde luego, disfrutaba con un buen trago.
La música era suave, ni cargante ni molesta, en su justa medida. Las luces eran suaves, y había la suficiente audiencia para no ser un lugar abarrotado ni un lugar desierto.

Se sentó en uno de los sofás, apoyando uno de sus brazos por encima del respaldo y cruzando una pierna en posición despreocupada.
La puerta de entrada tintineó y alguien sonrió. Al menos alguien se había tomado la molestia de leer el anuncio que había dejado en el tablón varios dias atrás.
- Sabía que no me fallarías. -

Cuando le pregunté a mi hija si debía llevar o no somprero me miró con la nariz arrugada y el ceño fruncido. No contestó y se limitó a ladear la cabeza y a mirarme con una expresión que daba a entender que me mandaba a freir espárragos u ordinaramente dicho "a la mierda". Alcé las cejas y me coloqué el sombrero ,deslizando el dedo índice por la visera de éste y chasqueando la lengua; gesto de aprobación. Abandoné mi cuarto con paso tranquilo y finalmente llegué al recibidor, dónde observé por las vidrieras que el taxi amarillo al que había llamado momentos antes, ya había llegado. Mi hija me había repetido un millón de veces que me comprara un coche, pero no me sentía capaz de ¿programar? a los cinco sentidos a la vez. Prefería que otro lo hiciera por mi ,y sí, depositaba mi confianza en otra persona con quizá demasiada rapidez. Después de un trayecto, cruzar los campos que rodeaban la escuela y penetrar en la ciudad, llegamos a una calle repleta de bares, borrachos y cosas por el estilo que daban el toque a ese lugar. Ordené con un toque en el hombro al taxista que parara y le di la cantidad exacta en monedas de lo que me había costado el viaje. Hoy me sentía extrañamente retorcido.

Me despedí del señor conductor colocando una mano en mi sombrero y sonriendo caballerosamente de lado. El taxista gruñó, o hizo algo parecido y en cuando terminé de posar mi segundo pie en el suelo, apretó el acelerador. Pestañeé un par de veces seguidas y me froté las manos. Llamadme friolero pero pese a estar en Primavera, aquella noche empezaba a ser fría fría. Rebusqué en mi bolsillo y saqué una nota arrugada, manchada y garabateada dónde figuraba dibujado un plano bastante defectuoso sobre como llegar al bar en el que nos había citado a unos colegas y a mi ,el respetable (y amigo mío) señor Holborn.

Barajeé un par de veces la opción de preguntar a alguien, pero la facha de atracadores, asesinos en serie y psicópatas pirómanos que tenían las gentes que vagabundeaban por allí me hicieron echarme atrás. Que no digo que tal vez (solo tal vez) fueran buenas personas, pero creéme; prefería no arriesgarme a morir tiroteado/acuchillado. Y sí, habíamos quedado allí más veces, pero mi mente tenía demasiadas teorías, hipótesis y datos como almacenar el camino hacia aquel local. Por fin, divisé a lo lejos un cartel con letras luminosas, pero no ostentosas. Eso me gustaba. Llamaba la atención pero no tenía pinta de protíbulo. Entré y alcé la mirada cuando sonó una pequeña campanita y medio bar se giró a mirarme. Alcé la mano y sonreí saludándoles. Salvo un par de personajes, ninguno parecía peligroso. Aunque me limité a no mirar directamente a los ojos a alguien, por si las moscas. Atravesé el bar y sonreí aún más cuando vi a Russell al fondo. -Yo nunca falto a una cita-extendí mi mano con intención de estrecharla con la suya. -No recordaba esta calle tan...siniestra. Pensaba que en cualquier momento alguien me iba a atacar para traficar con mis riñones-rodé la mirada y me quité la gabardina y el sombrero, depositándolos en la percha que había al lado de la mesa. Aunque si la otra opción era el Starbucks o algún sitio parecido , lleno de hormonas adolescentes y niñitas consentidas, el local este hasta tenía su encanto. -Así que no ha llegado nadie...-me senté y apoyé los codos en la mesa.